Entrevista con Boris Spassky (IV)

por ChessBase
30/03/2016 – En la cuarta y última parte de la entrevista, Boris Spassky comenta lo poco que le faltó para haber sido protagonista en la película de Ostap Bender "Las 12 sillas". Además explica qué pasa si se bebe el vodka directamente de la botella y cuenta en qué circunstancias decidió emigrar de la Unión Soviética. Colofón traducido al castellano... | Foto: Nadja Wittmann (ChessBase)

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Entrevista con Boris Spassky (cuarta y última parte)

Son interesantes los amigos que tiene Ud.: Romashin, Rebnikov…

Rebnikov amaba al ajedrez más que a cualquier otra cosa. No se puede ni imaginar lo popular que era en Moscú. En una ocasión estábamos en un portal tomando vodka de la botella con dos policías.

¿De la botella?

Entonces no teníamos vasos.

¿Solía beber vodka directamente de la botella?

Solía ocurrir, sí. En esos casos tenía que irme a casa a cuatro patas.

Spassky en Bilbao 2007 (Foto: Nadja Wittmann, ChessBase)

¿Desde cuándo?

La última vez que me pasó eso fue en Bulgaría. Nos coronamos campeones del mundo con el equipo nacional de estudiantes. Probé el vodka directamente de la botella y me puse malo. Conseguí salir del bar sobre dos piernas, pero bamboleándome, claro. Llegué hasta el hotel, pero allí me caí en el suelo. Desde entonces no he vuelto a tocar el alcohol con anís.

¿Tenía algún restaurante favorito cuando era joven?

No solía frecuentar los restaurentes. Se han contado unas cuantas historias de Spassky, pero esquivaba los restaurantes. No me sentía a gusto allí. Nuestra generación prefería sentarse en la cocina para comer.

Boris Spassky en 2007 en el mercado de Portugalete (Foto: Nadja Wittmann, ChessBase)

Después de "Gaidai", ¿le han vuelto a ofrecer el papel en alguna película?

Milos Forman tenía esas intenciones. Quería hacer una película sobre el duelo contra Fischer. Al final no se hizo la película por alguna razón. Le visité alguna vez a Milos en su dacha en Conneticut. Tenía una casa muy guapa, con pista de tenís y piscina. Siempre me llamaba por teléfono cuando iba a viajar a Francia. Era una persona muy simpática. Con un amigo común, un figurinista, organizamos una carrera de ciclismo desde París a Lyon. Son 460 kilómetros. Por las noches nos alojábamos en castillos y tomábamos unas copitas.

Milos Forman, aquí con Magnus Carlsen (Foto: Kavalek)

¿No llamaban mucho la atención?

En una ocasión se nos acercó un francés. Pero por casualidad absoluta. Estaba con nosotros el gran maestro Lubos Kavalek a quien le había prestado mi bici. Cuando habían llegado al castillo, Lubos me llamó por teléfono y me comentó: "¡Socorro! ¡Sálvame, Boris! Que me duele mucho el culete..." No estaba acostumbrado a ir en bici durante tanto tiempo. Me contó cuánto le había costado subir por la tarde. Se le había acercado un automovilista francés y al ver como sufría Lubos, el francés sacó la cabeza de la ventaja de su coche y gritó: "¡Oye, muy bravo! ¡Muy, muy bravo!"

¿También le gusta jugar al tenis?

Sí. No jugaba mal. En un momento dado, me gustaba tanto que me planteé una carrera como tenista profesional de verdad. Solía ganar los torneos combinados de ajedrez y tenis en Suiza junto con mi compañero, el checo Tomáš Schmidt. Primero se luchaba en la pista de tenis y despúes sobre el tablero. Hasta Karpov se apuntaba. Su pareja de tenis y ajedrez era el australiano Martin Mulligan. Este último logró llegar hasta el final en el torneo de tenis de Wimbledon.

¿Cuáles eran los premios por ganar uno de esos torneos?

Pues algún chisme de ruido de esos, un reproductor de cintas magnetofónicas o una radio.

Cuando jugaba los torneos en La Habana, ¿conversó con Fidel Castro?

No. Ya me había enterado de las travesuras. Procuraba mantenerme al margen de él. Cuando el equipo nacional de la URSS ganó el Campeonato del Mundo en Cuba, la dirección de la delegación me ordenó reunirme con Castro. Lo hice "a mi manera".

¿Qué signfica eso?

¡Que me fui corriendo! Y lo mismo cuando Fidel Castro se presentó ante una muchedumbre de gente. Eso de cinco horas de "¡Patria o muerte! ¡Venceremos!" simplemente superaba mis fuerzas. Che Guevara, por el contrario, sí me gustaba. Le gustaba el ajedrez. Se acercaba a la sala de juego acompañado por unos guardaespaldas para observar lo que estaba pasando por los tableros. Se le podía notar en la cara que verdaderamente le gustaba. Pero no hablaba con nosotros.

Korchnoi era capaz de lanzar el rey por toda la sala y se ponía como una furia cuando perdía una partida. ¿Cuál ha sido la reacción más fuerte que ha vivido con sus oponentes?

En Bucarest vencí a Smyslov cuando yo tenía 16 años. Vasil Vasilich no me volvió a saludar hasta el final del torneo.

¿Se había mosqueado?

Más bien se había llevado una sopresa. Pero sí, Korchnoi siempre solía reaccionar con mucho dolor a las derrotas. Eso ya era así en los tiempos del Palacio de Pioneros de Leningrado. Solía tirar las piezas del tablero y gritaba e insultaba a sus oponentes. Si alguien resultaba mejor que él, estaba dispuesto a romper lo que tuviese a su alcance.

¿O sea que era un maximalista con unas reacciones exageradamente fuertes, al contrario que usted?

No, no era maximalista sino (visto en relación con las normas del Palacio de los Pioneros) mas bien era un "líder superior de los pioneros". En el caso de que le venciese alguna mujer, eso siempre era como una cuchillada en el corazón de Korchnoi. Entonces solía atacar al instante. A Pia Cramling la hizo llorar mucho. Sin duda nunca más ha tenido que llorar tanto después de una victoria como en este caso, Pia.

(Foto: Nadja Wittmann, ChessBase)

¿Tiene usted morriña de su ciudad natal?

¡Claro que sí! ¡Si soy de Petrogrado!

¿Por qué de "Petrogrado"?

Porque es la ciudad de Peter. Petrogrado suena más familiar para mí que "San Petersburgo" o "Leningrado". La última vez estuve ahí el año pasado en marzo. Visité a unos amigos míos y fui a la fiesta de cumpleaños de Shores Alfyorov.

¿Dónde está la casa de su infancia?

En la calle Nevsky Prospekt número 104, era el piso número 2, un piso municipal. Después nos mudamos a la Octava Calle Soviética. En los años de la Perestroika alguna vez me acerqué hasta allí y me asusté. Era la misma entrada de siempre, el mismo olor, las mismas ratas. Desde entonces no he vuelto, aunque la verdad es que sí, sería interesante saber cómo está ahora.

¿Qué lugar de su infancia en Leningrado recuerda especialmente?

Les pido disculpas de antemano, pero no se puede omitir ni palabra en la letra de una canción. Llegué temprano al Palacio Anitchkov donde frecuentaba un club de ajedrez. Estaba esperando en el portal, mirando el río Fontanka. De alguna manera, y no sé por qué, siempre que esperaba allí solían pasaban preservativos por el río como si fuesen barcos. Luego doblaron la esquina para ir flotando hacia el golfo de Finlandia.

Usted alguna vez comentó que no le gustaba Moscú porque era una ciudad que cansa. ¿Lo sigue percibiendo de la misma manera?

No. Pero mi madre siempre solía decir: "Vamos a Moscú por desconsolación". Mi madre crió a tres hijos. Mi padre nos había abandonado en 1944 para crear otra familia. Durante la guerra, terminamos viviendo en las afueras de Moscú, en la urbanización de Sverdlovsk. Vivíamos en una barraca. Siempre, cuando la cosa se ponía especialmente difícil, mi madre solía citar a Nekrassov. Se sabía el texto de memoría. Recuerdo todavía las palabras sobre las fatigas de la vida en Rusia.

Su madre falleció a los noventa años. ¿Cómo reaccionó a su salida para ir a París?

Me comentó: "Abre el armario, hijo. ¿Qué es lo que ves?" – "Veo tu vestido, tu chaqueta, tus zapatos." – "Pues eso es todo lo que tengo, hijo mío. No necesito más". Me dio las gracias y yo me fui a Francia en coche.

¿Qué coche usó en esa ocasión?

Un Renault 16. Es que no lo podía dejar atrás en la Unión Soviética. Metí mis pertenencias en el maletero y comencé el viaje. Fui via Vyborg. Cuando había pasado la frontera, salí del coche y me abracé a un abedul finlandés. Únicamente me marché porque así podía elegir los torneos en los que jugaba por mi propia cuenta. El Comité de Deportes no nos había dado esa posibilidad. A veces los viajes no habían valido ni un copec, pero las invitaciones llevaban mi nombre y se dirigían a mí personalmente. Los funcionarios solían decir: "Es que Spassky está enfermo. No podremos contar con él".

¿Por qué?

Por venganza. Quizá por lo de Reikiavik. Pero es posible que haya habido más razones. Nunca se olvidan. La última cosa que me dejó mal sabor de boca fue el asalto.

¿En Leningrado?

En Moscú. Había alquilado un piso en la avenida de los Entusiastas. En el camino a casa me parararon dos veces. Querían ver mis papeles.

¿La policía del tráfico?

Eso era lo raro, no eran policás del tráfico. Iban de paisano. Cuando me acerqué a casa, frenaron de nuevo. Uno de ellos subió al ascensor conmigo. Ya me imaginaba que era algún oficial del estado. Entramos en mi piso juntos. Cuando vi en qué estado estaba por el susto le ofrecí una copa. Buscaba la botella de cognac, pero no la podía encontrar. También me había abandonado la suerte a ese respecto.

¿Qué más le habían robado?

Aparatos de vídeo y ropa. Además habían arrancado el empapelado de las paredes. Probablemente pensaban que podía haber algo escondido por detrás. Lo que más me dolió fue perder mi archivo de fotografías. Las habían tirado a la bañera, que estaba llena con una mezcla de disolvente y detergente. Tenía en casa cinco paquetes de detergente y los habían utilizado todos. Pude limpiar la mitad de las fotos, pero el resto hubo que tirarlas. Estaba seguro de que habían entrado mi piso con el consentimiento de los órganos del estado. Se lo comenté a un conocido mío y agregué: "Ahora está claro que me tengo que marchar". Poco tiempo después me llamaron para que acudiese a la lubjanka.

¿Para hablar con quién?

Un tal coronel Bobkov. Me reprochó: "¿Por qué sospecha usted de nosotros, compañero Spassky? Somos un cuerpo reconocido, los asaltos a casas no forman parte de nuestros papeles. Únicamente nos hemos involucrado una sola vez en sus asuntos, cuando mandamos a un colaborador a Reikiavik para examinar las sillas. Sería algún amigo suyo el que ha entrado en su piso y le ha robado las cosas".

¿Quién?

Había un ayudante, según su comportamiento se podría deducir que era un criminal. Nos habíamos conocido en algún grupo.

¿Por qué lo había dejado acercarse tanto?

Porque soy gilipollas. Vivía solo en Moscú y había conseguido mi confianza por malas artes. Tolya Romashin se sorprendió: "¡Pero con qué clase de personas te relacionabas!" Más adelante lo vi por casualidad en Moscú. El joven se me acercó como si nunca hubiese roto un plato. Me dijo: "Dígame Boris, ¿al final han encontrado al malvado ese que le ha robado?" Le sonreí de manera irónica y le contesté: "Dicen que fuiste tú". No me respondió. Bueno, hay que aprender de eso.

Leontxo García y Boris Spassky en Bilbao 2008 (Foto: Nadja Wittmann (ChessBase))

¿Quién le ha bautizado el "Puschkin del Ajedrez"?

Los yugoslavos, por mis bellas partidas. Aprecio el elemento artístico en el ajedrez. Para mi tiene algo sublime. ¿Recuerda el siguiente pasaje de "Evgeni Onegin"? - "Hasta que Lenski, que tiende a soñar con los ojos abiertos, capture sus propias torres".

Spassky en 2008

¿Es cierto que sabe el "Onegin" de memoria?

El "Onegin" y muchos versos más de Puschkin. Me siento a aprenderlos. Es suficiente con leerlos una sola vez para que se me queden grabados en la memoría. Es como lo de Paul Morphy, que tenía en la mente todo el canon de las leyes del Estado de Louisiana. Bastaba con abrir alguna de las páginas y contestaba sin pestañar para decir lo que ponía. Sus parientes se asombraban: "¿Por qué quieres jugar al ajedrez? ¡Deberías ir a trabajar en el circo!"

¿Usted es uno de aquellos grandes maestros que recuerdan todas las partidas que han jugado?

No. Pero si doy una exhibición de partidas simultáneas, puedo reproducir cada una de las partidas jugadas en los 35 tableros desde el primer hasta el último movimiento sin problema. En alguna ocasión han intentado tomarme el pelo. Te acercas al tablero y de repente el tío te dice: "¡Jaque y mate!" - "Un segundo, que ahora mismo te voy a enseñar toda la partida". - Y ya estaba claro por dónde había intentado tomarme el pelo.

Spassky en una exhibición de partidas simultáneas en 2007, en la Casa de la Historia en Bonn (Alemania) (Foto: Harry Schaack)

(Foto: Harry Schaack)

¿Solía echar partidas en el tren o en el avión contra aficionados?

Sí, de vez en cuando. Ya era gran maestro y estaba volviendo desde Moscú a Leningrado. En mi vagón del tren había una señorita joven. Apenas se había puesto en marcha el tren cuando un chico se asomó a mi compartimento: "¿Jugamos al ajedrez?" - "Vale, podemos jugar. Pero le advierto, las posibilidades de que Ud. pueda ganar son mínimas". - "¡Ya lo veremos!" Colocamos las piezas y le di una buena paliza.

¿Y la señorita se quedó impresionada?

No en absoluto. Pero él perdió la cabeza por completo. Cuando llegamos a Leningrado fue corriendo detrás de mi durante un buen rato gritando: "¡Usted tiene un increíble talento!" Asentí. "Pues no es Ud. el primero que me dice eso..."

¿El ajedrez sigue jugando un papel importante en su vida hoy en día?

Suelo jugar un poco.

¿Con el ordenador?

No, es más interesante sobre el tablero. Coloco las piezas y recuerdo mis partidas. Tengo un juego de ajedrez magnético. Es muy práctico, no se puede caer nada. Además me he planteado un enorme trabajo analítico. Estoy escribiendo sobre mi camino del ajedrez. Espero que me de tiempo suficiente para terminarlo.

¿Y también le gusta leer?

Suelo leer libros sobre la historia de Rusia. Andrey Fursov y Nikolay Starikov interpretan los acontecimientos en nuestro país a su manera y tienen un estilo de escribir muy vivo. ¡Es muy interesante! Soy un convencido monárquico. En París tuve contacto con personas de la familia Romanov. Apreciaba a Nikolay Sokolov, quien investigó el asesinato de la familia de los zares. Mis pensamientos están con la familia de los zares a menudo que tuvieron que abandonar su vida de manera tan trágica. Sokolov está enterrado en Francia.

¿En el cementerio de Sainte-Geneviève-des-Bois?

No, en la ciudad de Salbris, no lejos de París. En el cementerio de Sainte-Geneviève-des-Bois están enterrados mis amgios de la emigración blanca. Muchos de ellos han cumplido más de noventa años. Por ejemplol, Nikolay Nikolaevich Rutchenko, historiador y estudiante de la Universidad de Petrogrado y fundador de la NTS, la Unión de Trabajadores. Allí atrás en la estantería está su libro. Era amigo del hijo de Stolypin, Arkadi Petrovich, que también era de la Unión de Trabajadores. Desafortunadamente nunca le conocí en persona.

¿Usted cree en Dios?

Entre los ajedrecístas hay tanto ateos como creyentes. Alekhine, Bent Larsen y Kortschnoj eran ateos. Por lo que se respeta a Fischer, no lo sé, era demasiado ambiguo.

¿A cuál de los grupos pertenece Ud. entonces?

A veces creo en Dios demasiado y otras veces soy ateo. ¿Conoce la anécdota de los dos jugadores de ajedrez? Los apóstoles Pedro y Pablo les dicen: "No podéis entrar en el paraíso debido a vuestros pecados. Ahora vais a ir al infierno, pero podéis elegir si preferís ir al infierno de los socialistas o al de los capitalistas". - "Pues, al infierno de los socialistas, por supuesto". - "¿Y eso?" - "Ahí siempre carecen fósforos y sartenes".

Para despedirnos, le deseamos mucha salud, Boris Spassky.

Boriss Vasilevich se sonríe de manera pícara: "¡No os preocupéis, chicos! ¡Seguiré practicando la defensa en todas direcciones!"

Entrevista: Sport Express
Traducción: Nadja Wittmann (ChessBase)

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