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La acción transcurre inicialmente en el Mar Mediterráneo, el que es arrancado de la Tierra al espacio por el choque de un aerolito gigante. Pero, habría que pensar que todo en realidad es muy diferente de lo que en principio se supone, si se repara en que servadac, a poco de invertir las letras de ese supuesto apellido del protagonista del relato, no es otra cosa que la expresión en francés cadavres (cadáveres, en nuestra lengua). Por ende todo puede ser reinterpretado en calidad de parábola del destino escatológico que a todos alguna vez nos habrá de llegar…
En todo caso, sea la primera intención de Verne habernos querido ubicar en un terreno asociado a la ciencia ficción, o más poética y subliminalmente haber querido formular una mera representación onírica de un posible destino al que se arribará una vez que se acabe la vida, lo cierto es que, al desprenderse ese pedazo de territorio, con la consecuencia de que sus habitantes se vieran incursos en una errática navegación interestelar, en esas condiciones tan especiales también se podría jugar al ajedrez.
En la novela se describe con cierto detalle una partida prolongadísima que se disputó sobre la superficie del cometa Galia, viajando a través del espacio exterior con lo que se constituye, en el terreno de ficción, en la primera partida de ajedrez que se disputara fuera de la órbita de la Tierra.
En la primera referencia que se hace al juego en el texto, ya desde el primer párrafo del capítulo XIII de la Primera Parte (“En el que se trata del brigadier Murphy, del mayor Oliphant, del cabo Pym y de un proyectil que se pierde más allá del horizonte”), se dice:
“Si usted me lo permite, voy a tomarle un alfil –dijo el brigadier Murphy, que, después de dos días de vacilaciones, se decidió al fin a hacer esta jugada, profunda y detenidamente meditada.–Me es imposible impedirlo –respondió el mayor Oliphant absorto en la contemplación del tablero de ajedrez. Esto ocurría en la mañana del 17 de febrero (antiguo calendario), pero pasó todo el día sin que el mayor Oliphant respondiese a la jugada del brigadier Murphy. Hacía ya cuatro meses que había empezado esta partida de ajedrez y los dos adversarios no habían hecho hasta entonces más que veinte jugadas. Ambos eran de la escuela del ilustre Filidor, que pretende que nadie es fuerte en este juego si no sabe manejar bien los peones, a los que llama el alma del ajedrez. Por esta razón, no se había movido ningún peón sin previas meditaciones profundas. Y era que el brigadier Henage-Finch Murphy y el mayor sir John Temple Oliphant no dejaban nada a la casualidad y en ninguna circunstancia hacían nada sino después de reflexionar mucho…”.
Bien sabemos que el ajedrez es lo suficientemente absorbente como para contribuir a que no se registre debidamente lo que pueda suceder en derredor. Sin embargo este caso es del todo extremo ya que, gracias al juego, los adversarios podían llegar a relativizar cuestiones tan extrañas, como que el sol se pusiera por poniente o la evidente disminución del campo gravitatorio. El párrafo atinente reza de este modo:
“Por supuesto, los cambios físicos que habían tenido lugar atrajeron la atención tanto de los oficiales como de los hombres. Pero la posición invertida del este y el oeste, la disminución de la fuerza de la gravedad, la rotación alterada de la tierra y su proyección sobre una nueva órbita, fueron todas cosas que les causaron poca preocupación y no inquietud; y cuando el coronel y el comandante reemplazaron las piezas en el tablero que había sido perturbado por la convulsión, cualquier sorpresa que pudieran haber sentido al ver que los hombres de ajedrez perdiendo una parte de su peso quedaba completamente olvidada en la satisfacción de verlos retener su equilibrio. Sin embargo, un fenómeno no dejó de causar la debida impresión en los hombres; Esta fue la disminución en la duración del día y la noche…”.
Las obligaciones vinculadas a la supervivencia hacían a los personajes muy eventualmente interrumpir la partida, para más tarde retomar el juego. En este transcurrir Verne, en una parte muy ulterior del relato, más precisamente en el capítulo XV de la Segunda Parte (“¿Dónde está la historia de la primera y la última relación establecida entre Palmyrin Rosette e Isac Hakhabut?”), alude a una circunstancia histórica que se dio en su tiempo: la disputa de la primera partida de ajedrez mediante el uso del telégrafo:
“…Digamos también que el brigadier Murphy y el mayor Oliphant no habían interrumpido su partida de ajedrez, cuyas jugadas, preparadas después de largas meditaciones, se comunicaban por telégrafo. En esto, los dos ilustres oficiales no hicieron otra cosa que imitar a las dos sociedades americanas, que en 1840, a pesar de la lluvia y la tempestad, jugaron telegráficamente una famosa partida de ajedrez entre Washington y Baltimore. La partida que el brigadier Murphy y el mayor Oliphant estaban jugando, era la misma que habían empezado ya cuando el capitán Servadac los visitó en Gibraltar.…”.
Sobre este punto debe destacarse que, como bien se alude en la trama, la primera línea telegráfica que existió unió, efectivamente, a las ciudades mencionadas, lo que fue posible gracias a la intervención de Samuel Morse (1791-1872), actor central en la invención del telégrafo, junto a Joseph Henry (1797-1878). Morse habrá de pasar a la posteridad al concebir el método de transmisión conocido con el código que lleva su nombre, ese que permitió la transmisión de datos a distancia.
Adicionalmente, en su carácter de aficionado al ajedrez, Morse propondrá usar a un juego que era de su predilección, para intentar demostrar las virtudes del sistema de transmisión de datos objeto de su creación. Esa experiencia se concretó entre el 23 y el 25 de noviembre de 1844 cuando se hicieron siete partidas, entre representantes de los clubes de ajedrez de las ciudades norteamericanas de Baltimore y Washington D.C. En esa oportunidad sería Mr. Greene, representante de la primera, el vencedor, siendo su rival el Dr. Jones. Esa fue, entonces, la primera partida de ajedrez jugada a través de la vía telegráfica, un hecho que fue seguramente inspirador para Verne.
Un año después, más exactamente entre el 9 y el 10 de abril, el famoso ajedrecista británico Howard Staunton (1810-1874) fue parte de sendos encuentros de similares alcances del otro lado del Atlántico, los que se disputaron entre Londres y Gosport, una localidad vecina a Portsmouth. La primera de esas partidas demandó unas nueve horas.
Recreación del match telegráfico disputado en Inglaterra en 1845
Volviendo a Hector Servadac hay que rescatar que, en el texto, además de los ya indicados aparecen otros guiños ajedrecísticos. Como sucede al mencionarse que los personajes que se enfrentaron en el juego fueron Murphy, casi un homónimo de Paul Morphy (1837-1884), el gran jugador norteamericano del siglo XIX, y Oliphant, apellido que remite claramente a “elefante”, pieza del juego que antecedió al alfil en las versiones orientales primitivas del pasatiempo.
En esta misma línea hay que destacar que, para más detalles, en el texto se menciona explícitamente a Philidor (1726-1795), el revolucionario ajedrecista francés del siglo XVIII, quizás uno de los mejores exponentes que diera el juego en la historia.
Lo de Verne, y ya fue adelantado, siempre puede considerarse en sendos planos: en el de la ficción pura y dura y, también, en el de lo anticipatorio a lo que podría llegar a suceder. Es que el escritor francés, en pleno siglo XIX, nos habló sobre viajes al espacio, aeronavegación e inmersiones submarinas, mucho antes de que la ciencia y la tecnología, a partir de la próxima centuria, hicieran posible que esos eventos pudieran llegar a ser realidad.
Por caso, en Veinte mil leguas de viaje submarino se describe el recorrido del Nautilus, un barco submarino bajo el mando del Capitán Nemo; y habría que esperar a los tiempos de la Primera Guerra Mundial para que esa clase de travesías pudieran ser posibles, al menos con cierta masividad.
En este terreno de las predicciones, posiblemente el caso más notable sea el planteado por Verne en De la Tierra a la Luna, donde se narra que tres tripulantes son literalmente arrojados hacia la Luna desde un cañón ubicado en la zona de Florida, EE. UU., lo que habría que considerar un directo antecedente de un hecho que habrá de acontecer en 1969, momento en que la nave espacial Apolo XI fuera lanzada desde esa misma geografía, en busca de la conquista del satélite de la Tierra, el que habrá de ser pisado por humanos por vez primera.
En estas condiciones, e insistimos en un punto que nos resulta central, que Verne imagine una partida de ajedrez disputada en el espacio interestelar, no debería de extrañar. Con lo que la referencia a ello en Hector Servadac debe consiguientemente ser puesta como un antecedente directo y lejano en el tiempo de lo que habría de comenzar a verificarse desde 1970 cuando, a bordo de la Soyuz 9, como es sabido, el juego milenario llegará a los intersticios del espacio exterior.
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